PECULIAR HOMENAJE A CIRO ALEGRÍA

ROSENDO MAQUI EN TRUJILLO

Jorge Tume
Diario Correo, 18/11/09

Ahí voy Ciro”, me dije el sábado pasado, al dirigirme decididamente a la Casa de la Emancipación, donde el Congreso de la República le rendía homenaje. Abordé un ancho taxi colectivo, acomodé mi voluminosa humanidad (a decir del fámulo Olivares) y, mientras leía el último libro de Gerson Ramírez, suspiraba al recordar al gran Ciro Alegría que alegró y entristeció mi infancia con sus maravillosas historias. Inolvidable Ciro. Y es que “Los perros hambrientos” impactó tanto en mí que decidí llevar siempre conmigo aquel libro de pasta amarilla que me compró mi padre. Lo leí siete veces. En cada leída, un mundo nuevo se abría en mi mente. Reía con las ocurrencias de Simón Robles que bautizó a sus perros como Güeso y Pellejo. Lagrimeaba con el sufrimiento de los indios y los perros (hermanos en la desgracia) y con la trágica muerte del niño Damián. Qué felicidad leer ese final con Simón Robles abrazando a su Wankita que había vuelto con la lluvia buena.
Si hay escritores peruanos que me marcaron y que permitieron que hoy garabatee algunas historias, esos son César Vallejo, José María Arguedas, Manuel Scorza y – cómo no – Ciro Alegría. Ellos son los padres de mi amor por los libros y la literatura.
Rendirle homenaje a Ciro Alegría no es cuestión de poses y discursos almibarados, aprovechando la coyuntura del centenario de su nacimiento. Es asumir que como escritor tuvo un derrotero; esto es, dejar transcurrir por sus vitales libros la voz de los desposeídos, de los indios que hoy siguen ninguneados como en su tiempo. Rendirle homenaje es gritar a todos los vientos del mundo que sus libros no han perdido vigencia, porque los gamonales y explotadores de ayer hoy tienen la papada más hinchada, de tanta soberbia y tanto odio acumulado. Rendirle homenaje es decirle, sin medias tintas, que no se equivocó al renunciar al APRA, porque todo ser humano que se precie de tal (sobre todo los intelectuales) deben alejarse por completo de aquellos que desprecian y odian a todos los Rosendo Maqui del Perú. Rendirle homenaje es hablar con la orgullosa voz de Calixto Garmendia: “El día que el Perú tenga justicia, será grande”.
Por la calle Pizarro, a una cuadra antes de la Casa de la Emancipación – me encontré con Gerson Ramírez (sí, el mismo del libro) y me pareció raro que viniera en sentido contrario, cuando él es amante de todo evento cultural. Me dijo: “seguro va a demorar ese homenaje, mejor me voy a abrazar a mi mujer”. Nos despedimos. Llegué a tan histórico patrimonio cultural, muy orondo me aprestaba a ingresar cuando una mano negra se posó sobre mi pecho: “¿su invitación señor?”. Era la voz de un joven que, lista en mano, chequeaba el ingreso de todos. “¿Cuál invitación?”, pregunté, medio cojudo. “Disculpe señor, pero a este evento sólo ingresan personas invitadas con tarjeta”, fueron sus últimas palabras. Por más que quise alegar que yo era Rosendo Maqui no me permitieron el ingreso. Tuve que volver sobre mis pasos, no sin antes decir: si Ciro viviera, se avergonzaría de este homenaje.