EL ARRIERO BETHOVEN

.
ULTIMA POESIA DE BETHOVEN MEDINA

Carlos Bancayán Llontop
Escritor
.
Bethoven Medina Sánchez es un conocido poeta trujillano radicado en Cajamarca; ingeniero agrónomo de profesión, es también magíster en ciencias económicas y docente universitario.
Pero su vocación cimera es la de aedo. Como tal ha publicado anteriormente: Necesario silencio para que las hojas conversen, Quebradas las alas, Volumen de vida, Expediente para un nuevo juicio, Y antes niegue
sus luces el sol, Antología esencial, Cerrito del amanecer (poesía infantil). También las antologías Labios abiertos y Belleza de la rebeldía.
Muchos son los merecimientos y lauros de Medina. Sus poesías están consideradas en los sílabos de educación primaria, secundaria y universitaria. Además su producción se ha difundido en diarios y revistas de Perú, Chile, Puerto Rico, España y Alemania.
Su último poemario, titulado El arriero y la montaña bajo el alba (setiembre 2008), consta de siete capítulos: Alba, Valle, Natura, Nativo, Identidad, Intemperie y Vendaval. Todos están precedidos por epígrafes de prestigiados poetas (Martos, Heraud, Corcuera, Florián…), perfectamente adecuados para cada tema.
Si bien Bethoven inició su profesión de agrónomo en su Trujillo natal, la culminó en Cajamarca, donde su espíritu sensible nutrióse tempranamente del bucólico paisaje serrano “Al centro o al costado del valle/ se asienta el pueblo,/ como ternero/ prendido a la ubre/ de la madre tierra”.
Los sembríos, primerísimo objeto del quehacer humano y ya hace tiempo mecanizados, conservan aún en las alturas su calmo aspecto natural: “La simiente/ propicia encanto y permanencia/…/tendidos surcos,/ quietos y callados/ ¿Di /hierba buena?/ Hechura del noble arado viejo”.
La tierra se torna dichosa y feraz por la acción de la mano campesina, y rebosa frutos cuajados de poesía: “Los nísperos son lágrimas del sol./ La sandía partida está avergonzada pero sonriendo, y/ los duraznos invertidos parecen corazones alegres”.
El poeta canta a las cúspides con unción devota, cuasi religiosa: “He transitado los andes entusiasmado en la montaña/ y mi corazón oraba en los límites del viento”.
Mas palpa también y resiente pero acepta la compleja severidad de la geografía serrana: “Laberíntico es el caer de la lluvia,/ afilado mi sentir en esta estación de neblina y frío./ / Todo sea amado de estas alturas,/la llave del silencio, la felpa de la soledad”.
Encontramos poemas de doble título en los cuales las estrofas correspondientes se alternan. En el primero de ellos Medina formula una sentida, necesaria petición ecologista: “Sor tristeza, tú que mejor lees a la izquierda del Sol,/ os imploro a orillas del mar contaminado,/ aleja el vil destrozo del hábitat,/ ballenas y focas así lo solicitan”.
En el capítulo titulado Nativo se nos sumerge poéticamente en diferentes facetas: arqueológicas (Kuntur wasi: casa del cóndor), mitológicas (Catequil, deidad andina cuyos sacerdotes fueron muertos por Atahualpa cuando le anunciaron su triste final), geológicas (Peña del olvido, en Cajabamba: profunda zanja, atractiva para amantes suicidas). Las notas explicativas al pie de página son ilustrativas y didácticas.
El amor reverbera en los surcos y tiene espontaneidad de polen y áloe: “Tus ojos, mi pastora,/ no descubrirán el vaivén de los trigales// Ya no haré de tus piernas viejos arados de siembra/ de tu cuerpo vino de tuna/ como antes/ metiéndome en tus grutas amadas…”.
Pero es también reflexivo, sentencioso, lúcido, un tanto determinista: “Todo al azar sucede en el amor. Nadie sabe con quién./ Al final una mujer ha de ser el cauce”.
Un capítulo trascendente del poemario es Identidad. Aquí Medina emprende la búsqueda y expresión de su yo intrínseco a través de su discurrir vital, en el ámbito de los sentires personales, solidarios, sutiles. Citamos fragmentos ilustrativos pertenecientes a diferentes poemas: “Anduve buscando la verdad/ en gestos, abrazos/ y caricias;/ navegando bajo tormentas”. “Por siempre el amor estará en el fondo de todos/ y hay que extraerlo como quien salva del mar un buque náufrago”. “Hermano: plural mi fe te busca en su peso,/ heme aquí Nazareno de sustento en el impulso del clavel”.
En el capítulo Intemperie el fenómeno del Niño, los grillos, la erosión… son tratados con sapiencia de técnico y pluma de acendrado poeta a la vez.
Ya hacia el final, el viento, ese elemento que bien refresca como avasalla, se convierte para el autor en símbolo “Inquebrantable” de fuerza vital, de energía dinamizante no exenta de pía solemnidad: “El viento acompañado de nubes/sobrevuela las cordilleras/ y en su ritmo describe una oración a las quebradas”.
De excelente presentación, esta obra última de Bethoven Medina es una comprobación de que su numen no sólo permanece pertinaz, sino que va en progresivo y feliz ascenso.
En ese indeclinable transcurrir por los altos senderos de la poesía, Bethoven nos participa concisa y bellamente: “Aún así preparo mi viaje/ encendiendo el viento con una palabra”.